Toda iglesia necesita estar segura de su identidad y del sitio que ocupa en el tiempo y el espacio
de la iglesia cristiana como un todo. De allí que no sea simple capricho ni accidente que nos llamemos la Iglesia Apostólica
de la Fe en Cristo Jesús. Con tal nombre estamos confesando nuestra aspiración a repetir en nuestro tiempo, sin más variantes
que las impuestas por la cultura y la distancia cronológica, la realidad de la iglesia primitiva en sus prácticas, creencias
y resultados. Todo esto se refleja claramente en lo revelado por el Nuevo Testamento.
Con respecto a la teología, la Iglesia primitiva pronto llega a la conclusión más diáfana,
que es la misma de la IAFCJ en la actualidad: Jesucristo es Dios manifestado en carne, en él residen todos los atributos
de la Divinidad, es creador de todas las cosas, la piedra principal de ese edificio que se llama Iglesia, con un nombre exaltado
sobre cualquier otro y que corresponde al de "Jehová" del Antiguo Testamento. Al hacer todas estas afirmaciones, la Iglesia
primitiva nacida en un ambiente judío, reafirma la exhortación divina que repetía y repiten a diario millones de labios devotos:
"Oye Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es".
Con respecto a su dinámica, la iglesia primitiva exhibe desde el principio la presencia del Espíritu
Santo como realidad presente, y fuego divino derramado sobre todo creyente y comprobado por las nuevas lenguas. La doctrina
del bautismo del Espíritu Santo sigue siendo enseñada por la IAFCJ actual, y la promesa de que los creyentes han de ser revestidos
con potencia de lo alto sigue cumpliéndose, aparte de que este Espíritu Santo, que es el mismo Cristo que antes estuvo con
los creyentes y ahora está en ellos (Juan 14.17), sigue dirigiendo a los creyentes a toda verdad y justicia, dándoles poder
para testificar en todo el mundo.
La presencia del Espíritu Santo y las promesas hechas por Cristo permitieron que en la iglesia
primitiva hubiera sanidades, señales y prodigios que eran prueba irrefutable de la presencia y poder de Cristo resucitado,
y le daban a la Iglesia un carácter muy especial (Marcos 16.17,18; Hechos 4.29-31; 5.12-16). La IAFCJ de este tiempo ha sido
testigo de muchos de estos milagros, sigue alentando a sus miembros para que ejerzan la fe y vean repetidas muchas de aquellas
manifestaciones tan benéficas.
En su liturgia, la iglesia primitiva practicó el bautismo en agua, como señal de arrepentimiento,
para el perdón de los pecados y como señal de identificación con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección, ceremonia
que en todo caso se realizó invocando el nombre de Jesucristo. No existe en los Hechos de los Apóstoles un solo caso en que
dicho bautismo haya sido administrado por la iglesia primitiva en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ésta
fue una práctica que se introdujo posteriormente, y como también fue posterior la de bautizar por aspersión y no por inmersión,
como fue la práctica original de la Iglesia (Hechos 2.38; 22.16; Romanos 6.1-14). La otra ceremonia que practicó la iglesia
primitiva fue la Santa Cena, llamada también comunión o eucaristía, que consistía en participar del pan como símbolo
del cuerpo crucificado de Cristo, y el vino como símbolo de su sangre derramada por los pecadores y como anuncio del regreso
de Cristo al mundo (Mateo 26.17-29; Marcos 14.12-25; Lucas 22.7-22; Juan 13.21-30; Hechos 2.42-47; 1 Corintios11.23-26). Estas
cosas se siguen practicando en la IAFCJ de nuestro tiempo.
La escatología de la iglesia primitiva se centró en la promesa de que el Señor descendería
de nuevo a la tierra, en la misma manera que había ascendido a los cielos. Dicha promesa creó en la iglesia la sensación de
la brevedad del tiempo disponible, la necesidad de estar siempre preparados para este evento y la idea de Jesucristo como
Señor de la historia quien haría un juicio apocalíptico, establecería la paz en el mundo, lo regiría con vara de hierro y
premiaría a los que habían sido fieles. Esta escatología sigue formando parte de las creencias de la Iglesia Apostólica actual.
El Nuevo Testamento también nos enseña que la iglesia primitiva consciente de que sus miembros
y los inconversos siguen siendo hombres de carne y hueso, aunque ingresen al mundo del Espíritu Santo y las grandes promesas
de regeneración, se preocupó por el bienestar material de ellos. Además entendió muy pronto que la obra debía extenderse a
base de trabajo y sacrificio de sus miembros y que esto requería una mayordomía adecuada, una liberal contribución
de todos los miembros y una recta administración de los recursos materiales de la iglesia. La IAFCJ se siente justamente satisfecha
de contarse entre las iglesias evangélicas que cuentan con uno de los programas de mayordomía más pujantes en toda la América
Latina, y se enorgullece de haber sabido siempre responder a sus necesidades. Además de lo material, nos adherimos a los principios
de fraternidad y santidad que se originan en la Biblia, y aspiramos a honrar nuestra posición de "linaje escogido,
real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas
a su luz admirable" (1 Pedro 2.9). También contamos con un ministerio dinámico, adaptado a las circunstancias de la
iglesia y aspirando siempre a la superación.
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